viernes, 18 de mayo de 2012

Las maderas

foto de Robert Maplethorpe


De palisandro el porche
la escalera
y el techo de la casa extraordinaria.
Barandas
celajes
los postigos que se abren al resol colonial.
Las virutas quizás del cajón de pañuelos
seguro las astillas que hoy lleva el corazón...
Su olor a palisandro.




Cortesía de Alfredo Zaldívar

 

Página para presentar La vida en otra parte, de Isaily Pérez o página para presentar a Isaily Pérez, la dama del almendro


La Habana, la ilusión que es La Habana, la dura realidad que es, a veces teatral –polvo de teatro–, a veces set de la peor telenovela, a veces pantalla de cinematógrafo, es esa otra parte por la que Isaily Pérez despliega su tela para describir un paisaje ajeno y propio, al que no puede adscribirse, del que no puede renegar. La Habana, metáfora de esos espacios de representación que como arena movediza, nunca llegan a la fijeza. La Habana, personaje y hábitab que se repliega, que borra las lindes para ser uno y otro, o dos a la vez.
Esto empiezo a ver en el libro breve y bueno, o sea, dos veces bueno, que he leído hacia adelante y hacia atrás, ¿qué otra forma hay de hacer el camino, de hacer un libro como este? Sin puntuación que impida el albedrío, pero sin caos que lo flagele. Libro que mira a la tradición y carga con ella hacia delante. Que huye del tradicionalismo sin subirse por las paredes, más bien escudriñando en ellas. Que sin la chatez del coloquialismo ortodoxo, se apropia de él, con lirismo sensible, contenido, fino. Fino va aquí en su acepción más preciada: fineza, delicadeza, distinción.
Imagen de cubierta del libro

Hablaba de una tela que Isaily extiende dibujando y desdibujándonos un camino por el que avanza y pretende llevarnos. Trazos legibles, transparentes, cuidadosos, aunque nunca llanos, y aún menos, simples. Poesía que se afilia al mejor eclecticismo que la lírica cubana ha padecido. Tela del corazón, porque Isaily Pérez, no nos llamemos a engaño, es un poeta romántico, no porque lo amatorio sea centro de este libro, si no, y sobre todo, porque que escribe, cose y borda la utopía que es la vida. Y a ese eclecticismo añado la inusual elegancia que el modernismo nos legó, esa dama de la almendra que no solo obedece al trabajo con la palabra, tan descuidado hoy, si no con el regusto por la frase, el giro, la cadencia, el sonido, la imagen, hasta despreciados en estos días, y que destacan en este conjunto, para conferirle otro valor añadido. Y es esta menestra la que otorga a La vida en otra parte su condición post, que nada tiene que ver con la seudovanguardia, con la confusión vanguardista.
Isaily se hace de un idioma propio, carismático, al que uno se acomoda apenas comienzan a desplegarse imágenes fictivas y espacios míticos sobredimensionados, extrapolados o simplemente adscritos con realismo a su imaginario, unidos al juego intertextual que no va a sumarse como cita, sino que, asimilado por una poética autenticada, deviene legítimo, sin afeites de apropiación. Sutil Eliseo Diego, más velado San Juan de la Cruz o explícito Raúl Hernández Novás, revelan una filiación espiritual que se explaya hacia zonas en que la poesía más reciente no encuentra siempre feliz asidero, creo, precisamente, porque son suposiciones y en estos poemas no hay supuesto.
La brevedad de este cuaderno no es un efecto físico. Su alcance tiene la de cualquier ejemplar voluminoso, y más que muchos abultados fárragos. La vida en otra parte responde a un concepto cercano al de la antigua poesía japonesa, especialmente al haiku. No solo en los cuatro textos que componen “Las telas del corazón”, que se afilian a esa filosofía de apresar la eternidad de un instante supremo con ímpetu natural, primitivo, y total austeridad poética, si no en la esencia de todo el cuaderno que, sin seguir esas formas estróficas, —entre otras cosas, por la infidelidad per se que ello supone— sí parece haber recibido de Ezra Pound y el imaginismo, y más acá de los que en nuestro idioma se han acercado a esas lacónicas zonas en que poesía y filosofía se articulan (Paz, Borges y otros), un influjo fructuoso.
René Coyra, ese editor certero, navegante incansable, alejado de la mesa de redacción, que insiste en su labor de gestor y promotor de la buena literatura, vuelve a conquistarnos con su trabajo. Así las ilustraciones de Erich Domenech. Así el trabajo de Ediciones Aldabón conducido por el poeta Israel Domínguez. Suerte que ha tenido Isaily de ver su poesía en ropaje hermoso aunque austero.
Apuesto por Isaily, que ha sido muchas veces, y hoy seguro lo es, la dama del almendro que, sin que apenas le enviáramos algo, mucho nos ha devuelto.

Alfredo Zaldívar,
en Matanzas, a 27 de enero y 2010, a las 11 y 29 am 

jueves, 17 de mayo de 2012

Lo sagrado

Exterior del Cobre. Al fondo la mina.

Hay lugares sagrados. Lugares donde la mirada va hacia arriba yendo hacia adentro. El Cobre es uno de ellos y sabe añadir a su belleza serena, esplendente, el valor ya casi extinto del silencio. Devotos y no devotos estuvimos allí con la certeza de que nuestras sandalias pisaban tierra santa: no solo en los atrios de la iglesia bellísima que se restauraba, no solo ante la figura que apareció flotando sobre las aguas a tres pescadores y ahora preside al país con una única frase: “Yo soy la Virgen de la Caridad”. Lo sagrado también estaba a lo lejos: en la mina rojiza que parecía salida de otro espacio y otro tiempo, y en la lejana y casi invisible escultura del esclavo que marca el sitio de una herida que no ha de cerrar nunca. Lo sagrado nos esperó esa tarde en las callecitas del Cobre y viajó con nosotros de regreso.

Vas a escuchar de La misa cubana de José María Vitier, interpretado por la Orquesta de Cámara Nacional y el Coro Exaudi, el "Kyrie Eleison", uno de los más antiguos cantos gregorianos, que dice en griego "Señor, ten piedad".   

Interior de la iglesia. Al fondo y encima la imagen de la Caridad

miércoles, 16 de mayo de 2012

Las musas inquietantes


El inicio, que prefiero situar en el momento en que podemos documentarlas con algún testimonio gráfico, estuvo en Julia Prinsep Jackson (1846-1895), una de las mujeres más hermosas de su época. De padres ingleses, había nacido en la India, y era tan impresionante que el mejor de los pintores prerrafaelistas, Edward Burne-Jones visitante asiduo de su casa, donde se nucleaba un círculo cultural de primera—, la empleó como modelo en varios de sus lienzos. Julia fue nada más y nada menos que la madre de Virginia Woolf. De ella heredó la escritora una belleza que hizo escribir a su futuro esposo, el teórico político, editor y también escritor Leonard Woolf:
Con sus vestidos blancos y sus grandes sombreros, las sombrillas en la mano, su belleza dejaba literalmente sin aliento, ya que la verlas uno quedaba súbitamente asombrado y todo se detenía por espacio de un segundo, incluso la respiración, como sucede al encontrarnos de pronto, en un museo, frente a un Rembrandt o a un Velázquez
Leonard hablaba en plural porque no solo se refería a Virginia: su hermana Vanessa también padecía del mal familiar y quienes las conocieron refieren que eran prácticamente intercambiables, en lo que a exterior se refiere, por supuesto.
A diferencia de su madre, Virginia Woolf sentía aversión a ser pintada o fotografiada, e incluso evitaba los espejos. Vanessa, que fue una pintora e interiorista notable, le hizo varios retratos. Aquí vemos repetido su rostro ausente, que supongo obedece a la incomodidad de la Woolf con su impresionante físico.

Virginia Woolf vista por Vanessa Bell







Miren de nuevo, que vista hace fe:

Virginia Woolf  vista por Vanessa Bell


Pero volvamos a Julia, que encarna a la princesa Sabra en el cuadro La princesa Sabra llevada frente al dragón, pintado por Edward Burne-Jones en 1866. 


Notemos el parecido que guarda con sus hijas:


Y aquí la cabeza de Julia descansa sobre el cuerpo de la Virgen María en La Anunciación, también de la paleta de Burne-Jones, óleo pintado en 1879.
La Anunciación

Julia no solo modeló para este pintor sino también para Julia Cameron, su tía, una de las primeras fotógrafas que registra la historia, quien aprendió de Lewis Carroll, el creador de Alicia en el País de las Maravillas, los secretos del naciente arte. Julia, que de nacimiento era Princep, luego fue Duckworth y finalmente Stephen, cuando se casa con sir Leslie Stephe, el padre de Virginia, un victoriano célebre. Se dice que descendía de una camarera de la reina María Antonieta, y estos genes avanzaron mucho.Y si no juzguen ustedes mismos:
Así lucía Angélica Bell (Garnett por casamiento), que murió el 4 de mayo de este año, hija de Vanessa y sobrina de Virginia, cuando siendo una niña modeló como Sasha, la princesa rusa de quien Orlando, protagonista de la inmensa novela escrita por su tía, se pasa enamorado(a) la nadería de 400 años.


Angelica Bell como Sasha, la princesa rusa


Y así lucía hace relativamente poco tiempo.

Angélica Bell, sobrina de Virginia Woolf
Bellas de niñas, jóvenes bellas, bellas en la muerte... Tengo entendido que es una de las hijas de Angélica Bell, la escritora Henrietta Garnett, quien custodia el legado familiar. Si también custodia la belleza juzguénlo ustedes mismos, porque hay opiniones encontradas. Por mi parte creo que esa estructura ósea y ese misterio nunca se echarán a perder.

Henrietta Garnett, sobrina - nieta de Virginia Woolf
Si quieren escuchar algo, los que me leen fuera de Cuba pueden oir la voz de Virginia Woolf, que se registra aquí en 1927 por la BBC, por primera y única vez. Parece que existen dos grabaciones anteriores de su voz, pero no se encuentran. Esta que comparto con ustedes dura 7 minutos y recoge la parte final de un programa de radio. Words fails me que también se puede traducir como "no encuentro palabras" o "las palabras me fallan" es justamente eso: un elogio de las palabras. 
Pasé mucho tiempo queriendo abrir este archivo, que entiendo como un gran tesoro, y fue hace muy poco que logré hacerlo. De todos modos, para mí siempre estuvieron sus palabras.



sábado, 5 de mayo de 2012

El Aleph de Virginia

Mientras Sting cantaba ese tema único que es Fragilidad, yo leía nuevamente un pasaje de la monumental novela Las Olas, de Virginia Woolf, pensando en que si tan solo pusiéramos ese párrafo a flotar en el espacio, o si lo guardaramos en una cápsula de tiempo, seres de otros mundos o nuestros desapercibidos descendientes podrían entender, de manera magistral y con pocas palabras, lo que para nosotros significó el desamor.
Es como un Aleph este fragmento, toda la experiencia humana está allí. No en balde al Aleph solo se le puede ver, según Borges, en esa casa vieja, cuando se está tirado en el piso.  

Virginia Woolf pintada por Roger Fry

Pero si un día no vienes después del desayuno, si un día te sorprendo a través de algún espejo buscando otra mirada, si el teléfono suena y suena en tu habitación vacía, entonces, después de indecibles angustias, entonces porque la locura del corazón humano no tiene límites buscaré y encontraré otro tú como el tuyo. Entretanto, tratemos de abolir de un solo golpe el tic tac del tiempo. Acércate más.


Las Olas, 1931