viernes, 22 de enero de 2016

Villa Diodati, año 1816


En Suiza está ubicada la casa de campo donde Mary Shelley y John Polidori "veranearon" en 1816 y concibieron a sus dos respectivas criaturas: Frankestein y El vampiro. En esos días memorables explotó el volcán Tambora, en Indonesia, que también pudiera ser considerado el épico progenitor de esto seres nocturnales, porque las cenizas de su erupción dejaron buena parte del mundo metido en una placenta climática nocturnal y fría, más que favorable. Los acompañaban Percy Bysshe Shelley y Lord Byron, del que Polidori era médico personal.





La Villa Diodati era considerada por Mary Shelley como un lugar sagrado porque había sido visitada por John Milton, Rousseau y Voltaire. Una noche de ese extraño verano decidieron leer un libro de Polidori llamado Phantasmagoriana, que reunía leyendas alemanas de fantasmas, y pactaron escribir una historia de terror que solo terminaron ella y Polidori, hace ya 200 años.
Se dice que El vampiro, obra que inspiró a toda la literatura posterior que frecuenta el tema, representa a Lord Byron, que vampirizaba psíquicamente al autor del relato. Byron se atribuyó haber escrito la obra así que seguramente fue tratado con total justicia. Frankestein, por su parte, se hace eco de los espeluznantes experimentos de Luigi Galvani, médico, fisiólogo y físico italiano que descifró la naturaleza eléctrica del impulso nervioso. 
Edgar Allan Poe también se hizo eco de los experimentos del padre de la hipnosis moderna, un científico alemán llamado Franz Mesmer, en su cuento "La verdad sobre el caso del señor Valdemar", pero esto ya es otra historia.  

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Maderas







De palisandro el porche
la escalera
y el techo de la casa extraordinaria.
Barandas
celajes
los postigos que se abren al resol colonial.
Las virutas quizás del cajón de pañuelos
seguro las astillas que hoy lleva el corazón...
Su olor a palisandro.


                                                                                                             Del libro La vida en otra parte

domingo, 26 de julio de 2015

La Biblia envenenada o el veneno de alacrán azul


Barbara Kingsolver

Esta novelista y poeta, bióloga de formación, escribió una de las grandes obras maestras que versan sobre el colonialismo; en este caso, la recién iniciada y convulsa emancipación del colonialismo belga en el Congo de Patricio Lumumba.
La Biblia envenenada está contada por cinco voces distintas. Es 1959 y las cuatro hijas de un misionero y su esposa han llegado desde Georgia para acompañarlo en una obra evangelizadora que termina (pues comienza) siendo inútil. Sin entender qué es África y qué hacen allí, mucho menos al trasnochado patriarca que las arrastra a un destino amenazador, cada una relata quién es y qué termina siendo, pues esta es una historia, definitivamente, sobre la conversión. 
Nadie podía hablar sobre la poderosa naturaleza del Congo y sobre la brutal y persistente herida del colonialismo si no lo vivió en primera persona. Esto es más que una historia, un testimonio. Es por la brillantez de su prosa y su tema apasionante que ha sido traducido a varias lenguas y es un éxito de ventas. 
Te propongo, como siempre, un fragmento de esta novela que, como el alacrán azul, pica y salva. Si extrañamente no quedara en los anaqueles de tu memoria, al menos resultará una lectura fascinante.

Día uno en el Congo, y mi flamante vestido de hilo verde hiedra, acampanado y de botones cuadrados de madreperla, ya estaba hecho un desastre. Estábamos tan estrechos que no había sitio para respirar, si es que pretendías hacerlo, pues lo más posible es que contrajéramos todos los gérmenes que existían en ese lugar. Otra cosa que deberíamos haber traído: Listerine. Un cincuenta y cinco por ciento menos de resfriados. Un rugido de voces y de cantos de extraños pájaros me bombardeaban los oídos y me atiborraban la cabeza. Soy muy sensible a cualquier tipo de ruido, y eso y aquella luz tan brillante me daban dolor de cabeza, aunque el sol, al menos, había bajado un poco. De otro modo probablemente habría seguido el ejemplo de Ruth May y me habría desmayado o vomitado, sus dos grandes hazañas del día.
Sentía un pellizco en la nuca, y el corazón me batía como un tambor. Habían encendido una horrorosa y rugiente hoguera en un extremo de la iglesia. Un humo grasiento flotaba sobre nuestras cabezas como una red bajo el techo de paja. El olor era tan fuerte que cualquier animal conocido se habría ahogado. En el interior de aquel fuego de un vivo naranja distinguí la silueta de una cosa oscura que daba vueltas y estaba atravesada de parte a parte, con sus cuatro rígidas patas abiertas, como pidiendo ayuda. Mi intuición femenina me dijo que mi destino era morir allí y esa vez, sin que ni siquiera mi madre me pusiera la mano en la frente para ver si sudaba. Pensé en las escasas ocasiones en que había intentado –lo admito– provocarme fiebre para no tener que ir a la escuela o a la iglesia. Ahora un verdadero fuego me golpeaba las sienes, todas las fiebres que había deseado tener me invadían por fin.


 

sábado, 16 de mayo de 2015

Lo indecible (I)


De lo mucho que se ha dicho sobre Eliseo Diego --para mí el más grande de los poetas cubanos-- me interesan especialmente estas palabras de Jorge Teillier:

Eliseo Diego
"Es un espíritu sabio y silencioso: un poeta excepcional. En su voz resucita la infancia de todos, que estuvo a punto de extraviarse para siempre [...] Eliseo es la otra voz, la visión más íntima, la épica de la niñez prodigiosa, la voz y la imagen sensible de los mundos interiores, la presencia de los espejos familiares que sutilmente rescatan el rostro múltiple de quienes fuimos y seremos durante la infancia. Voy descubriéndolo con asombro y devoción. Hay algo misterioso y casi clandestino en la voz de Eliseo: es un soplo subterráneo que hace vibrar los vasos comunicantes entre la vida y la muerte. Ah, el terrible esplendor de estar vivo, como dice en uno de sus textos."

De la obra inmensa de Eliseo pudiera recomendarte cualquier poema, abrir un libro al azar y decir: es este, y el elegido siempre me haría quedar bien. Prefiero remitirte a su propia voz mientras lee uno de mis textos preferidos: el del payaso que dice a su hijo que no importa lo que haga, es necesario hacerlo todo bien. 
Pincha donde dice lectura y entra para siempre.  

domingo, 3 de mayo de 2015

Lo indecible

Hay escritores que logran comunicar lo indecible, lo que no hay modo de contar con palabras, lo que es inasible esencialmente: un estado de ánimo, una sensación, un sentimiento. Para colmo lo hacen con pocas palabras, dígamos que con las únicas palabras posibles. 

Esta es uno de ellos, la poeta norteamericana Anne Sexton, de quien pondré otra entrada con algo de su vida, porque era todo un personaje. Por ahora este hermoso poema, que no sé cómo pudo ser escrito, cómo es tan perfecto:




Solo una vez

Solo una vez supe para qué servía la vida.
En Boston, de repente, lo entendí;
caminé junto al río Charles,
observé las luces mimetizándose,
todas de neón, luces estroboscópicas, 
abriendo sus bocas como cantantes de ópera;
conté las estrellas, mis pequeñas defensoras,
mis cicatrices de margarita,
y comprendí que paseaba mi amor
por la orilla de la verde noche y lloré 
vaciando mi corazón hacia los coches del este y lloré
vaciando mi corazón hacia los coches del oeste y llevé
mi verdad sobre un pequeño puente encorvado
y apresuré mi verdad, su encanto, hacia casa
y atesoré estas constantes hasta el amanecer
solo para descubrir que se habían ido.